AMOR, AMOR, AMOR

Por Tere la Jarocha

Ni crean que ya me hice charanguera igual que los chilan-gos sonideros mijos; nomás que ando bien romántica y pues, canto la primer canción que se me viene a la mente; además, eso de que se te venga algo y te explayes en decirlo, es hasta terapéutico, por eso los jarochos somos bien relajados y no me digan que no, porque me encabrito.

No creo que quieran que ande enmuinada en vísperas del Día de San Valentín, que es cuando uno tiene que andar bien apasionado, suspirando en los rincones; oliendo flores y dando muchos corazones; así que pues, a lo que ‘me truje Chencha’.

Esta vez, seré pregonera, como los soneros de mi tierra y les hablaré como buena tendera que atiende con enjundia, sobre las leyendas, que ¡Ay, cómo me recuerdan a mi abuelito! Cuando la bola de chamacos nos sentábamos a la orilla del camino a descansar de la pisca y esperábamos a que la troca viniera pa’ recogernos y llevarnos al pueblo. En ese momento, el viejito cogía su sombrero, se abanicaba, tomaba un trago de agua y comenzaba su relato.

Nace una leyenda…

Era la época de la colonia, cuando los gachupines tenían las tierras y riquezas de los antiguos pobladores, en sus manos; los indígenas, nomás esperaban  a ver que ocurrencia tenía la Santa Inquisición y el Santo Oficio, porque éstas –como instancias que velaban el patrimonio de la Corona y la Iglesia–, se la pasaban chivateando cualquier señal de creencias antiguas, o sea que si veían que los nativos no se apegaban al catolicismo o a los mandatos españoles, ¡Zaz! Llegaban por ellos y se los llevaban para enjuiciarlos y sentenciarlos a castigos muy dolorosos, o bien, si no se arrepentían de “sus pecados”, eran llevados a los brazos de la muerte.

Por ello, durante ese periodo histórico nacieron infinidad de leyendas y la mayoría, brotaron de las injusticias que cometieron aquellos verdugos; o también por las costumbres tradicionales y extremosas, apegadas a lo que los ‘conquistadores’ consideraban moral.

¡Qué la Rosa de Guadalupe ni que nada! Esas eran historias, tan fuertes, como una tragedia griega, pero llenas de espíritu y muestras de amor profundo, hacia un hijo, un padre, una madre, hermano, amigo, o bien, la prenda querida; realidades de carne y hueso, que traspasaron la densa barrera del tiempo y más aún, la delgada línea de la vida y la muerte.

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Soledad

En esos ayeres, vivía en la ciudad de Córdoba –mi Veracruz–, una mujer de hechizante hermosura, que al no tener familia y quedar huérfana desde pequeña, fue nombrada por la comunidad como Soledad.

Su piel torneada y oscura, revelaba la unión de dos razas: bellísima pero al fin mulata, sufría del menosprecio de los falsos moralistas, que reprobaban cualquier color diferente al de la blanca tez.

Poseía una hermosura tan extrema, que los hombres la miraban embelesados y las mujeres, la envidiaban con intensidad, haciéndola víctima de burlas y humillaciones; por esa razón la joven se volvió huraña y aislada, aunque en el fondo, poseía un noble corazón.

Así que al no soportar sus celos, las pobladoras inicia-ron el rumor de que Soledad practicaba hechicería; decían que por las noches, su choza brillaba y se escucha-ba música diabólica; así que pronto, algunos miembros del Santo Oficio la investigaron más de cerca, para ver si era bruja, pero no pudieron apresarla, ya que la mujer iba a misa y profesaba con fervor su religión.

 

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Un hombre despechado

La leyenda, cuenta que el viejo don Martín de Ocaña, alcalde de Córdoba, quedó prendado de aquella exuberante mulata; sin poder aguantarse, le confesó su amor y ganas de una noche pasional, a lo que ella sin pensarlo siquiera, ni dar esperanzas,  desdeñó esas promesas de regalos y fortuna.

El edil se sintió profundamente humillado; nadie se había negado antes a entregarse a él, debido al interés de su nombre y riquezas. Así que con el corazón y ego heridos, acusó a la mulata ante los inquisidores.

 

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Les dijo que Soledad le dio una pócima para hacerle perder la razón; esa noche, reunió a sus sirvientes, vecinos y autoridades, quienes fueron hasta la choza de la joven. En nombre de la Santa Inquisición, le ordenaron salir, pero ella, por temor se negó a abrir, hasta que tiraron la puerta y la sacaron con maltratos.

Custodiada por el Santo Oficio, fue trasladada a las mazmorras del castillo de San Juan de Ulúa, donde fue enjuiciada y sentenciada a muerte bajo inmolación con leña verde, por “sostener pactos con el maligno”.

Un horizonte

En su celda, Soledad dejó de rezar todas las noches como acostumbraba; en vez de ello, trazaba con un trozo de carbón, un barco en la pared.

Al hacer sus rondas, el carcelero se percató del dibujo que mostraba gran maestría. De hecho quedó atónito ante esa obra de arte, que tenía delineados todos los aparejos de un buque perfecto.

Al verlo sorprendido, la mulata le preguntó sonrien-do: “¿Qué le falta a esta embarcación?” Y el guardia, respondió: “Zarpar”. Así que la  bella joven, le dijo: “Pues mira cómo anda”.

La sorpresa del celador fue extrema, cuando vio a Soledad subirse al barco e irse; según cuentan, la chica se volteó y sonrió diciendo adiós, mientras el hombre se permaneció impactado y enloquecido por tal evento.

 

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El callejón del diamante

Después de la tétrica historia, provocada por el desamor que sintió Soledad, ahora les voy a contar mijos, una leyenda acontecida en Xalapa, en un sitio muy especial. Hablo de un callejón estrecho y largo, conocido como Callejón del Diamante.

En una de las viejas casonas que lo conforman, moraba un matrimonio acaudalado, compuesto por una hermosa criolla, de cabello azabache y ojos color esmeralda. El marido, era un caballero español, que vivía completamente enamorado de su mujer.

Ella, portaba siempre un anillo adornado con un diamante negro, que él le obsequió al comprometerse. La leyenda dice que la joya, tenía el  poder de acrecentar el amor marital y descubrir –si ocurría–, la infidelidad de la portadora.

Un invitado

Un día, llegó de visita un viejo amigo del marido, quien era considerado como un hermano; aunque su camarada no estaba en casa, pues había salido de viaje, decidió pasar a saludar a la bella mujer; momento en el que sin planearlo, ambos quedaron enamorados.

Ella no pudo resistir al otro día y fue la casa del hombre, para entregarse perdidamente a él; acto en el que la dama, se quitó el anillo y tras profesarse ese amor prohibido, huyó olvidando la pieza en esa casa ajena.

Cuando el consorte regresó a Xalapa, fue directo al hogar de su amigo; como tenía mucha confianza, entró a sus aposentos, donde dormía la siesta.

Lo que vio, lo dejó perturbado y provocó un duro golpe al corazón: en la mesilla de noche, estaba la joya que de mozo, obsequió con tanto anhelo a su futura esposa. Entonces, sin hacer ruido, se la llevó y fue a su casa.

Al llegar, llamó a su mujer; tomó su mano y la besó. Tras comprobar la ausencia del anillo, sin pregun-tas ni palabras, tomó una daga de oro y rubíes, para enterrarla en el pecho de su traicionera consorte. Así, dejó encima del cadáver, la pieza con el diamante negro; para luego, desaparecer y no volver jamás.

Es por esa joya tan tenebrosa, que al sitio se le bautizó como Callejón del Diamante, donde dicen, de vez en cuando se ve deambular a una mujer pálida, que pena por su falta.

 

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Ahora sí, va el romance

Ustedes dispensarán que las leyendas que contaba mi abuelo no tengan el tradicional “Y vivieron felices para siempre”; no es cosa mía, no me culpen; hay que conservar la tradición oral y pos yo no las inventé.

Lo que sí puedo hacer para amenizarles este Día del cupido, es contarles brevemente una leyenda de amor bonito, pa’ que no me la refresquen por ser como la Grinch del Día del Amor y la amistad.

 

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Taj Mahal

Según dice la historia, Mumtaz Mahal, esposa del emperador Shah Jahan, murió al dar a luz a su decimocuarto hijo.

El dignatario, envuelto en la más profunda tristeza, ordenó edificar en  Agra, India, el mausoleo más impresionante del mundo, dedicado a su amada: el Taj Mahal. Así, de 1631 a 1654,  más de 20 mil personas, trabajaron para erigir ese símbolo de amor, que albergaría a dos tumbas.

¡Mucho mejor mijos! ¿No creen? ¡Cortita, pero bonita! Bueno, yo con esa me despido, pero antes, les deseo que celebren harto al amor y besuqueen a todos, aunque no crean en este día, al menos úsenlo de pretexto.

 

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